Un día salí a caminar a las afueras de mi ciudad ya de noche, allá donde ni el pinche diablo se echa un tronco en la cara. Caminando sólo, iba por ese camino enterregado donde se construyen las últimas casas del condado, aquellas que todavía no son habitadas. Deambulaba yo todo tranquilo y relajado de estar aprovechando la noche y sus estrellas en todo su esplendor pintoresco.
De repente, de estar tan tranquilo, comencé a sentir que alguien me seguía… caminé más despacio sin voltear, hice menos ruidos con mis pasos alebrestados y entonces, lo escuché: Era un animal, de eso estaba seguro. Un animal que jadeaba: con una respiración rápida y unos ronquiditos tenues que lo hacían parecer un animal peligroso.
Empecé a asustarme pero quise mantener la calma. En ese justo momento, sale de una casa de esas abandonadas, una mujer muy elegante; con un traje de fiesta negro, cigarro en mano y tacones muy altos. Me sorprendí tanto que olvidé el pinche animal que me seguía. Ella se detuvo frente a mí, me besó la mejilla y dijo a mi oído: “Ahora eres un perro”. Ahí sentí algo raro, un impacto en mi cabeza que me hizo perder la noción de las cosas. Entonces fue cuando pasó: me vi a mi mismo caminando frente a mí, pareciese que fue justo unos minutos antes de ese anormal encuentro. Todo se vuelve muy raro, yo me miro a mí mismo caminar delante de mí pero veo las cosas casi al ras del suelo. Él, o sea yo, no se ha percatado aún que le sigo. Entonces empiezo a darme cuenta que, al caminar, realizo unos ruidos extraños que minutos antes reconocía: jadeo y bramo como animal y, aparte de eso, tengo cuatro pinches patas peludas… ¡Es ese pinche momento es cuando recordé que, minutos atrás, un animal me seguía! Ahora lo descubro todo: ¡Era yo mismo convertido en animal!.
En cuanto me cae el veinte de que soy un animal, mi yo humano se percata de mi presencia. ¿Recuerdan cuando la primera vez había notado que me seguían? ¡El tiempo, en efecto, ¡había regresado!. Y desde ahí, lo mismo volvió a pasar: empecé a caminar despacio, me puse alerta e hice menos ruido con cada paso que daba. ¿Después que siguió? Pues que me sale la mujer toda elegante, me besa la mejilla y que ¡me corta la cabeza! ¡¿Qué?! ¡¿Me corta la cabeza?!
Ah sí, ya recordé que me cortó la cabeza y antes de morir reencarné en un perro viejo que estaba perdido y aturdido porque lo atropellaron y perdió mucha de su memoria canina. Estaba tan hambriento que pensaba devorarse al sujeto que tenía delante suyo… o sea, ¡yo!